De cuando viajar era una aventura impredecible.
No hace tanto, hacer un viaje en coche con la familia era algo único e irrepetible. Sabías donde querías ir, pero no tenías muy claro cómo llegar allí. Las típicas vacaciones familiares de verano de los años 80 solían ser por la península ibérica, concretamente por territorio nacional costero. Se iba buscando el sol y la playa, salvo de que fuerais a visitar a la familia al pueblo, y fuera de interior, lo habitual era ir en busca del mar y una temperatura agradable.
Para los que hacíamos uno o dos viajes al año con la familia, encajados dentro de un coche que hoy no pasaría la ITV ni en sus mejores sueños, las vacaciones estivales eran lo más parecido a un parque de atracciones. El viaje incluía pase VIP en una vertiginosa montaña rusa, cortesía de las carreteras nacionales de la España anterior a las autopistas. Había coches de choque, gracias a los codazos del resto de tus hermanos/as en los asientos de atrás. No podía faltar el hilo musical mas cañí, con las cintas de grandes éxitos que nadie quería escuchar. Y por supuesto disfrutabas de una comida gourmet elaborada por la cocina de tu madre y servida en un paraje inhóspito y desolado entre Pinto y Valdemoro. El tema daría para un monologo de comedia, porque visto con perspectiva la cosa era muy graciosa. Entonces no nos lo parecía tanto, pero ahora, repletos de lujos que damos por sentado, tiene su gracia recordar aquellos horrendos desplazamientos.
Mucho más que un viaje.
Las vacaciones eran sinónimo de cargar hasta arriba las maletas, ocupar hasta el último rincón del coche familiar y salir de casa con un trayecto estimado pero inexplorado. No sabías cuanto tardarías en llegar, no sabías del todo qué carreteras tendrías que coger, y desde luego nada ni nadie te iba a llevar de la mano hasta tu destino. Los mapas, esos desplegables en papel que se abrían paso entre la guantera, el asiento y los cristales del coche, tenían un valor incalculable. Eran el salvavidas al que aferrarse en caso de hundimiento. Porque te hundías, vaya si te hundías cuando de repente tu padre se equivocaba en el cruce y cogía la carretera incorrecta. Algo que por supuesto no reconocería hasta que la situación fuera insostenible y la verdad cayera por su propio peso.
Pero no se puede culpar de malos navegantes a los padres (o madres) que conducían un coche familiar en los 80. Lo cierto es que si hoy tuviéramos que jugar con aquellas cartas estaríamos por el estilo, o puede que peor. Cierto es que ahora las flamantes autovías que atraviesan el país nos ponen las cosas mucho mas fáciles, pero aún así, si nos metemos en comarcales y nos quedamos sin cobertura en el móvil nos veríamos en una situación similar.
La era del Global Position System.
Ahora sin embargo las cosas son distintas, muy distintas. Tenemos GPS en el móvil, la tablet, el reloj inteligente e integrado en el navegador del coche, ya solo falta que lo traigan las prendas de ropa para estar 100% localizables. Los coches actuales cuentan con todo tipo de comodidades que no hubiéramos podido ni imaginar en aquellos locos años 80. Y no solo por la climatización del habitáculo, o los asientos mullidos, sino por la oferta de entretenimiento para los pasajeros o el ordenador de a bordo para el piloto. Podemos saber cuando queramos la autonomía que nos queda, la presión de las ruedas, etc. Hemos llegado al punto incluso de tener coches autónomos, y no hablo de los que se conducen solos, que esos son muy caros e inaccesibles en ciertas latitudes. Hablo de que ahora los coches encienden luces por nosotros al entrar a un túnel, accionan los limpia parabrisas si empieza a llover, mantienen la velocidad constante o frenan sin necesidad de pisar pedales, y hasta nos avisan si nos salimos del carril por un despiste o porque nos dormimos.
La era actual hace que viajar sea un placer, algo que nos apetezca hacer por propia voluntad, y no como una obligación o como paso previo para llegar al destino. Hay mucha gente que disfruta conduciendo porque saben que todo está bajo control, que no habrá sorpresas, y si las hubiera tenemos disponible servicios 24 horas para ayudarnos en carretera.
Valorar lo que tenemos.
Lo que tengo muy claro es que no sabemos bien todo lo que hemos avanzado en estas décadas. Han sido pequeños avances progresivos que hemos ido asimilando de forma natural y sin darle mucha importancia, pero que englobados y vistos con perspectiva representan un salto enorme.
Ahora estamos en la siguiente transición, la de cambiar el paradigma de la movilidad. Primero del tipo de coches que conducimos, de la gasolina y diésel a los eléctricos. Y segundo del modelo de compra de los coches, antes en propiedad y ahora en leasing, renting y coches compartidos. Todo en pos de mejorar el planeta y abaratar costes. Esta puede ser la época de la autentica revolución para el mundo del motor y vendrá de la mano de la tecnología.
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