Cada generación tiene sus reglas.
Peinar canas tiene sin dudas sus ventajas e inconvenientes. Lo mejor de acumular unas cuantas décadas encima es que he vivido en primera persona algunos grandes cambios para la humanidad. Nuestra esperanza de vida es ahora mucho mayor, en parte por las comodidades que nos ha brindado la llegada de la tecnología de consumo e internet.
Pero sumar edad también acarrea ciertos inconvenientes. Uno de ellos es el no pertenecer del todo a tu tiempo, porque arrastras muchos lastres del pasado. Es fácil desconectarse de las tendencias mayoritarias de las nuevas generaciones. Quizás porque su mundo avanza mucho mas rápido que el nuestro, ya que cuando te haces mayor acostumbras a digerir la realidad a otra velocidad. Y también porque cada generación tiene sus reglas sociales, de conducta, de vestimenta, su jerga y su estilo de vida. Algo que motiva una brecha de facto entre jóvenes y adultos.
Esto, que siempre ha sido así, se ha acentuado mucho mas con la llegada de la tecnología porque agranda esa distancia intangible hasta nuevos límites. Partiendo de la base del propio lenguaje con el que se expresan los jóvenes, y que marca distancias con quienes no lo usan. Ahí están expresiones como: trend, mainstream, crush, shippeo, stalkear, hype, boomer… Y si metemos las abreviaturas ya directamente entramos a otro nivel: OMG, WTF, LOL, IDK. Pero es que su consumo del tiempo de ocio y la forma de relacionarse con el mundo nos divide casi por completo.
Cultura de la inmediatez.
La brecha en la que todos vivimos también esta marcada por la cultura de la inmediatez, esa que premia la gratificación a través del scroll infinito. Deslizar el dedo para pasar de un video a otro, de una historia a la siguiente, de una foto a otras 50 mas, es algo que ha impregnado nuestro uso de las redes sociales y ha calado hondo en la forma de entretenernos.
Hasta el punto de que resulta difícil escapar a la trampa que supone una recompensa tan gratuita e instantánea como la que generan TikTok, Instagram o Twitch. Para una menta en formación como la de los jóvenes es muy complicado renunciar a ese bombardeo de estímulos, en gran medida vacíos de trasfondo, y virar hacia un entretenimiento de lenta digestión. Incluso los adultos caemos fácilmente en la misma dinámica absorbente que proporcionan las redes sociales. Nadie está exento al efecto nocivo de la gratificación de los videos cortos y el mensaje superfluo.
La única ventaja con la que solemos contar los adultos es haber vivido en un mundo analógico donde experimentamos la felicidad plena sin medios digitales a nuestro alcance. Esos recuerdos del pasado son un salvavidas cuando acudimos a ellos en momentos en los que vemos que somos absorbidos por la era digital.
Disyuntiva entre ayer y hoy.
Cuanto mas pienso en el salto generacional, en la brecha digital que nos distancia de las nuevas generaciones, mas cuenta me doy de que aún estamos en un punto privilegiado de la historia. Dentro de 50 años todo el mundo habrá crecido con tecnología a su alrededor y será mas complicado encontrar modelos de vida radicalmente distintos al nuestro. Sin embargo hoy en día aún podemos estar con personas que a penas tuvieron luz y agua corriente en sus casas de niños, a mediados del siglo XX, y que han tocado la tecnología por primera vez al final de sus vidas. Ese sí fue un gran salto generacional, que además ellos supieron dar para adaptarse al siglo 21.
En cierta medida todos queremos sentir que estamos conectados a nuestro tiempo, y pocas cosas nos generan tanto esa sensación como el hecho de entender a nuestros hijos. No tanto por formar parte de su mundo (que también), si no por sentir que no estamos perdiendo el tren, que no nos estamos quedando anclados en el pasado.
Tengo claro que el mundo de los jóvenes avanza a un ritmo distinto al mío. Lo que no tengo tan claro es que ese ritmo sea el adecuado. Puede sonar a excusa, porque no entiendo ni comparto ciertas partes de su forma de entretenerse y disfrutar. Pero la realidad es que hemos creado una sociedad demasiado ligada a esa gratificación inmediata y libre de cargas, donde el esfuerzo se penaliza y se potencia lo fácil.
Un cuento sin moraleja.
Lanzar opiniones es fácil, basarlas en experiencias también, incluso justificar un estilo de vida puede ser sencillo. Lo difícil es cuestionarse tu modelo de vida cuando crees que es el correcto. De ahí que los adultos tendemos a sentar cátedra cuando hablamos con los jóvenes, porque no nos cuestionamos lo que nos funciona, pero si lo hacemos con aquello que no encaja en nuestro sistema. Criticar siempre es más fácil que escuchar.
Con esto quiero decir que hay mucho que aprender de la cultura que crean los jóvenes, hay muchas lecciones en los cuentos sin moraleja. Al igual que ellos también tienen mucho que aprender de un mundo sin internet, ni redes sociales, ni móviles o dispositivos y para eso nos tienen a nosotros, para darles el contrapunto necesario.
Quizás lo más inteligente es acercarse a esa brecha y ver qué es lo que nos distancia y aleja. Eso por supuesto supone un esfuerzo considerable, pero ofrece enormes beneficios a cambio. Yo estoy en ese eterno proceso de adaptarme a mi entorno sin perder el tren ni dejar de mirar al pasado. Un equilibrio complicado pero necesario para mantener la cordura en la era digital.
Si te ha gustado esta Newsletter y crees que a alguien más le podría interesar, aquí tienes una forma de compartirla.