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Bienvenidos a -De analógico a digital- mi segunda aventura en el campo de las Newsletter.
Dado que se trata de una nueva etapa, y tras repasar un poco la breve historia que me ha traído hasta aquí, he decidido darle un nuevo enfoque a estas misivas semanales. Así que antes de entrar al trapo con el tema del día, quiero explicar brevemente lo nuevo que incluyen estas cartas. Podrás hacerte una imagen mental si me imaginas escribiendo una hoja, y acto seguido estrujándola para lanzarla a la papelera cuál jugada de baloncesto. Esa escena, que hemos visto miles de veces escenificada en cine y televisión por escritores, músicos y artistas en la búsqueda de una idea brillante, es lo que he hecho en el proceso creativo de esta Newsletter.
Primero, los cambios. A partir de ahora recibirás estos emails los sábados por la mañana. Además serán mucho más breves, nunca más de 5 minutos de lectura. Y al final de cada una, habrá un pequeño archivo sonoro, un “bonus track” (los más mayores sabrán a qué me refiero) con música y sonidos del pasado para ambientar una breve reflexión.
Segundo, lo que se mantiene. El tipo que las escribe seguirá siendo el mismo, con lo que mi forma de escribir será el hilo conductor entre las viejas Newsletters de Revue, y estas nuevas de Substack. También seguiré acompañando el texto con alguna foto suelta o ilustración, algo que dé cierto contexto visual a lo escrito.
Y por último, hoy, para explicar un poco el título de esta carta os voy a hablar del viaje que iniciamos a mediados de los 80 en la digitalización de nuestras vidas. Un viaje sin retorno, ya que por mucho que queramos recuperar ciertas cosas del pasado es prácticamente imposible dar marcha atrás.
De cómo y cuánto han cambiado las cosas en el mundo desde que la informática de consumo entro en nuestras casas, ya se ha escrito mucho. Pero de las lecciones que podemos aprender de aquellas décadas sin conexión a internet, quizás no tanto. Por eso cada semana voy a intentar crear un vinculo entre cómo actuábamos antes, cuando las cartas se escribían a mano (o como mucho con una máquina de escribir), frente al presente digital en el que todo parece pasar por un dispositivo conectado.
Y me parece que hoy en día es un ejercicio necesario, incluso para entender mejor los cambios que vendrán en el futuro. Porque no nos engañemos, lo que ahora es lo último, en tan solo 5 años estará casi obsoleto. Este es el mundo en el que vivimos. Uno que va tan rápido en el nivel de avances y progreso, que nos genera la sensación de estar quedándonos atrás si nos paramos a oler las flores. Ese estrés de la vida moderna lleva con nosotros desde que la revolución industrial nos metió en la rueda de la productividad. El fondo no ha cambiado, lo que sí han cambiado son las formas. En los 80 estábamos sepultados por montañas (literales) de papeles sobre el escritorio, y ahora por bandejas repletas de emails y enormes pilas de documentos digitales.
Quizás sea el momento de echar un poco la vista atrás para ver las similitudes entre la cultura y la sociedad que teníamos en la era analógica, y la que hemos construido desde que la fibra se coló en nuestras vidas.
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