Reinventar la rueda es una metáfora comúnmente utilizada para describir el proceso de tratar de innovar o mejorar algo que ya existe, pero en lugar de lograr una mejora real, se acaba creando algo que no es tan efectivo o no tiene tanto valor añadido como se esperaba.
En el mundo empresarial, es común ver a líderes e innovadores que prometen revolucionar un sector o un mercado con su idea o producto, pero a menudo estas promesas no se cumplen y el impacto real es decepcionante. Esto se debe a varias razones, como no haber realizado un proceso de investigación adecuado, la falta de un plan de negocio sólido, o carecer de una comprensión profunda del mercado y de los clientes.
En el ámbito tecnológico, también es común ver a empresas e individuos que prometen revolucionar el mundo con su última tecnología, pero estas promesas a menudo no se cumplen. Lo cual se debe a que nos presentan lo que consideran una solución mágica para todos nuestros problemas, cuando en realidad no es así. La tecnología no puede resolver todos nuestros males, como mucho puede que lo logren librarnos de algunos, y el proceso casi siempre requiere de un gran esfuerzo humano. La tecnología por lo general nos obliga a hacer un cambio sobre las personas y las organizaciones para implementarla de manera efectiva, y eso no nos lo cuentan cuando quieren vendernos el último producto revolucionario que tienen entre manos.
La era de los gurús.
En el ámbito de las relaciones personales, también es común ver a personas que prometen tener la "fórmula secreta" para mejorar las relaciones, pero de nuevo esto es algo que no suele cumplir. Sobre todo porque las relaciones son complejas y no pueden ser resueltas con una solución rápida y fácil. Requiere esfuerzo y compromiso por parte de todos los implicados, no hay recetas mágicas, ni atajos para lograr el éxito personal.
Aunque esta no es la mejor estrategia suele dar resultados a corto plazo, lo cual genera un eco en la gente que hace que estos “gurús” parezcan mas exitosos de lo que en realidad son. Lo que a su vez genera un efecto llamada para que otras personas se apunten a la moda de dar consejos que nadie ha pedido. Cuánta gente hay ahí fuera intentando sentar cátedra sin apenas haber vivido y experimentado la vida. Vivimos en la era de los gurús, donde pocos se apuntan a sí mismos como humildes, cualidad esta que cada vez aprecio más.
Es bastante frecuente encontrarnos con la conjunción de estos dos fenómenos: gurús egocéntricos, y mensajes sobre la reinvención de la rueda. Ahora, gracias a las plataformas digitales del siglo 21, toda esta gente tiene un altavoz gigante para vendernos una historia imposible. No es que esto sea totalmente nuevo, siempre ha habido personas con pocos conocimientos, y menos experiencia, intentando captar nuestra atención. Lo novedoso es la cantidad que se ha apuntado a “vender contenidos” en las redes sociales con fines meramente lucrativos. Algo que en muchas ocasiones me hace dudar y que me hace arquear una ceja cuando lo veo en el móvil.
Hay miles de personas metidas en este circo, miles de mensajes de todo tipo intentando seducirnos para llevarse nuestro tiempo y, tras una larga cháchara, nuestro dinero. Aunque pueda parecer que el dinero es lo peor que podemos perder a manos de estas personas, lo preocupante es la cantidad de tiempo que invierte la gente en escucharles. El tiempo viene a ser el nuevo oro, cada vez más valioso y escaso. Algo que se esta convirtiendo en el bien más preciado del siglo en el que estamos.
La intersección entre el ayer y el mañana.
Vivimos en una sociedad que no para de mirarse el ombligo. Una que esta muy alejada de aquella de los años 80, donde no existían plataformas globales de entretenimiento hecho por las masas y para las masas. Siempre acabo mencionando el ayer como un referente, pero es que realmente lo es en muchos aspectos. Será porque cuanto más tiempo pasa, más valiosas se vuelven las lecciones que aprendimos en aquellas décadas.
Pero volvamos al presente, a nuestro incierto 2023, a la era de los móviles y el entretenimiento de consumo rápido. Ahora vivimos seducidos por la efervescencia de redes sociales repletas de videos breves y llamativos, rodeados de influencers, tiktokers, youtubers, twitchers y streamers que a su vez son seguidos por un millón de palmeros detrás. Y es que todos seguimos a alguien hoy en día; tú a mí, yo al otro, y ese al de mas allá. Seguir a alguien no es malo per se, el problema es aplaudir incondicionalmente todo lo que alguien hace en la red. Flaco favor nos hacemos como sociedad si no somos capaces de hacer auto crítica sobre lo que no funciona, y por desgracia las redes sociales muchas veces no nos ayudan a funcionar mejor, mas bien lo contrario.
Yo soy un ferviente defensor de la tecnología y creo firmemente que las redes sociales pueden ser una de las mejores herramientas que hemos creado en la era digital. Pero ahora, que estamos en la encrucijada entre cómo éramos ayer y cómo queremos ser mañana, tenemos que buscar la fórmula para alejarnos de la influencia negativa que campa por internet. Discernir esto es quizás lo más complicado de todo, porque entre los mensajes sin fondo y el colorido humo que venden algunos, también hay grandes contenidos y personas que aportan mucho sin pedir nada a cambio.
Es momento de saltar ese video que no nos aporta nada y solo genera ruido mental en nosotros. Es momento de limitar nuestro tiempo de exposición y el de la gente de nuestro entorno. Es ahora o nunca, porque la influencia nociva de los que quieren reinventar la rueda es más poderosa que nunca.
Si te ha gustado esta Newsletter y crees que a alguien más le podría interesar, aquí tienes una forma de compartirla.