Folclore, entretenimiento y política.
La historia del festival de Eurovisión va ligada a la de un continente en constante evolución. El concurso que nació como una forma de unir a las principales naciones de Europa en torno a la música, ha ido mutando a lo largo de las décadas para convertirse en un macro evento con tintes socio políticos de lo más variados.
Hay una parte de su esencia que sigue ahí, ya que muchos países llevan canciones que representan una parte vital de su cultura identitaria. Todas aquellas candidaturas que esgrimen su lengua materna como tarjeta de presentación, dejan claro que quieren que su voz nativa se oiga en el mundo. Pocas cosas hay que aporten mas riqueza a este festival que poder escuchar canciones en portugués, español, francés o italiano.
Y el otro elemento diferencial está en el folclore. Las delegaciones suficientemente valientes como para elegir una canción de un estilo musical tradicional y autóctono merecen el premio de nuestro reconocimiento. Mas allá de que la propuesta nos guste mas o menos, ya solo por arriesgarse a llevar la contraria al pop comercial se han ganado mi respeto y admiración.
El problema de Eurovisión viene de factores que no tienen nada que ver con la música, como la política, su finalidad competitiva y hasta la estrategia comercial. Algo que ha motivado que las votaciones ensombrezcan la calidad de las canciones y su valor en general.
Una barca a la deriva.
La trayectoria de España en el festival siempre ha sido errática. Durante décadas fue el gran evento musical del año en el país. En la época en la que solo había un canal, una opción de entretener a las familias y reunirlas frente a la televisión, solo el futbol y Eurovisión podían animar el debate. Fueron años en los que la candidatura española sufría mucho mas en casa que fuera de nuestras fronteras.
Corría el año 1983 cuando Remedios Amaya hizo arquear la ceja a millones de europeos al escucharla representar “¿Quién maneja mi barca?”. Ese año rompimos con la tradición para llevar algo tradicional a Europa. Una canción flamenca interpretada por una mujer gitana que bailaba descalza en el escenario fue demasiado para los europeos de principios de los 80. El resultado fueron 0 puntos y un escándalo en casa que sepultó el debate de si debíamos llevar a Eurovisión una canción que representara nuestra cultura. En su lugar volvimos a llevar canciones pop de base melódica y resultado predecible. Nos pusimos ese traje cómodo y insulso que te hace pasar desapercibido.
Los años han demostrado que la candidatura española era un barco a la deriva, sin una propuesta clara ni un proyecto a la altura de un festival que nos quedaba demasiado grande como para ganarlo.
¡ Mira los suecos qué bien lo hacen !
Hay modelos que nos inspiran y a los que siempre nos queremos parecer. En el futbol Alemania o Francia (los últimos 25 años) son selecciones a las que miramos con admiración por su trayectoria y determinación. En la moda Italia o Inglaterra son países que tienen un gusto refinado y concreto que marca tendencia en el buen vestir. Y en Eurovisión Suecia, y también Italia, hace años que marcan el paso de cómo hacer bien las cosas en el festival.
No hay secreto alguno, basta con querer y poner los medios. En el caso sueco el Melodifestivalen lleva desde 1959 eligiendo la canción para representar a su país en Europa. Desde el año 2000 es el programa mas visto del país, un evento que reúne a millones de espectadores y que genera muchísima atención dentro y fuera del país. Consecuencia: Suecia es la líder en la tabla de países mas votados del festiva y han ganado 2 veces desde 2012.
Italia tiene una trayectoria similar ya que el famosísimo Festival de San Remo es el lugar en el que se elige al representante para Eurovisión. El prestigio lo tienen ganado antes de saber quién saldrá a llevar su canción como bandera. Consecuencia: llevan 1 década en lo más alto de las clasificaciones y el premio lo consiguieron en 2021 con una propuesta arriesgada pero de gran calidad.
Nunca es tarde si la dicha es buena.
Pero hay buenas noticias. En España parece que empezamos a entender de qué va esto del festival de festivales. Nos ha costado unas cuantas décadas de comportamiento errático pero ahora estamos en la senda correcta.
En 1959 se creó el Festival Internacional de la canción de Benidorm, una copia casi exacta al de San Remo que buscaba poner en el mapa a esta entonces pequeña localidad vacacional y de paso servir de escaparate para presentar nuestra candidatura a Eurovisión. Esa etapa duró hasta 1971 y a partir de ahí vino un declive que acabo con la relevancia del concurso.
Se volvió a intentar con otro formato en el 2000, ya que las primeras ediciones de Operación Triunfo servían para elegir a un nuevo y joven talento al que cargarle la imposible misión de lograr un éxito ante toda Europa. Se consiguió recuperar algo de atención hacia Eurovisión que se esfumó tan rápido como nuestras opciones de ganar.
Y ahora parece que hemos dado con la tecla adecuada recuperando la esencia de un festival clásico como el de Benidorm, rebautizado como Benidormfest. Y mirando de reojo cómo lo ha hecho el Melodifestivalen para ganarse el respeto de público y crítica en Europa. La prueba de fuego se dio el año pasado cuando, contra los deseos de una parte importante de la opinión pública, los expertos del jurado eligieron la canción mas pop, en detrimento de la más folclórica. Su apuesta resultó ser la autentica ganadora de Eurovisión aunque el premio se lo llevara la triste historia de un país en guerra.
Este año no había excusas y la canción que llevamos es toda una oda a nuestras raíces. Cuarenta años después de la hecatombe de una canción flamenca y arropada por el éxito mundial del flamenco pop de Rosalía, España vuelve a intentar mostrar a Europa su identidad en una canción. Muchas cosas han cambiado en estos 40 años en el mundo. Apelando a que ahora todo es distinto quizás tengamos alguna opción para acabar en una posición honrosa y acorde al riesgo que corremos. Ojalá hoy se haga patente eso de que la fortuna favorece a los audaces.
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