No me da la vida, ¿te suena?.
Os confieso que esta vez la planificación ha fallado y los sistemas de freno no han funcionado, por lo que he estado a punto de estrellarme y no llegar a tiempo de publicar esta Newsletter. Por lo general llevo un orden, en lo que a generación de contenidos se refiere, que me garantiza no sufrir agobios ni presión para tener listos los episodios del podcast, esta Newsletter y el resto de post y publicaciones que lanzo a la red.
Pero hay ocasiones en las que aparecen imprevistos, surgen problemas y se acumulan las incidencias que hacen que nuestra perfecta agenda, que en el fondo es un castillo de naipes, colapse sin previo aviso. Algo así me ha ocurrido esta semana y ahora tengo que lidiar con una lista de tareas pendientes que no deja de crecer y que añade más presión a la ecuación.
El sistema en el que vivimos consta de una sucesión de tareas por cumplir que mal gestionadas produce mucho estrés y ansiedad. Y aunque consigamos montar un sistema que ejecute bien todas esas tareas, tenemos que estar preparados para un eventual fallo en cadena que desestabilice nuestra productividad.
¿La tecnología al rescate?
Se suponía que la tecnología llegó para automatizar, simplificar y mejorar nuestro sistema de trabajo. En cierta medida es así, porque hoy es el día que con un único dispositivo como un smartphone tenemos al alcance un sinfín de aplicaciones que hacen de navaja suiza para solventar mil y una situaciones sobre el terreno.
Ni siquiera es necesario estar en una oficina para poder enviar emails, firmar digitalmente documentos oficiales, planificar nuestra agenda, y por supuesto gestionar las llamadas pertinentes. Algo que ahora damos por sentado, pero que es la consecución de diferentes logros técnicos como la minituarizacion de los componentes, la profesionalización del software para dispositivos móviles, o la conectividad 5G entre muchos otros.
El problema es que con la mejora de las herramientas tecnológicas ha llegado el consiguiente aumento de las exigencias en los puestos de trabajo. En los años 80 se contaba con los empleados en el horario laboral, y después solo quedaba esperar hasta el día siguiente para continuar con las gestiones que hubieran quedado pendientes. Ahora la conectividad la llevamos encima por castigo, y en ciertos ámbitos resulta complicado poner límites a nuestros deberes y tareas pendientes.
¿Ha servido la tecnología para facilitarnos la vida?. Sí y no. Podemos teletrabajar desde las Seychelles con un portátil y una buena conexión a internet, pero a cambio puede que tengamos que estar disponibles 24/7. Será difícil que este sea nuestro caso, pero es un ejemplo extremo de por dónde van los tiros.
Lecciones del pasado.
Cada vez siento más envidia de la época en la que lo analógico tenía el control de nuestra vidas. No porque fuera un lugar idílico en mi mente donde no hubiera problemas y la vida fuera mas sencilla, si no porque no teníamos tantas opciones donde elegir y eso generaba espacios libres de estrés que se traducían en una mayor paz mental. Los problemas seguían ahí, pero al menos no nos perseguían desde el bolsillo.
No me entendáis mal, adoro la tecnología y lo que nos aporta cuando dosificamos su uso. Pero a veces es muy complicado escapar de todas las cargas que nos impone poder producir más en menos tiempo. Y en esto somos tan culpables nosotros como quienes nos mandan. El límite a lo que uno puede hacer lo tiene que establecer uno mismo. Nosotros podemos ser nuestro peor enemigo, porque cuando queremos cumplir todos nuestras objetivos podemos vernos sobrepasados por nuestras expectativas.
Tecnología + tiempo = equilibrio.
Hoy, tanto por falta de tiempo como por salud mental, la Newsletter será un poco mas breve. No estaba en mis planes dedicarle una carta a este tema, pero el devenir de los acontecimientos ha propiciado que inserte estas letras a modo de reflexión.
Cada vez creo mas firmemente que el equilibrio viene de usar la tecnología en su justa medida, de darle un tiempo concreto a nuestras cargas laborales y personales. Por muy saturada que uno tenga la agenda, siempre debería haber un momento para pararse, darse la vuelta y mirar hacia atrás. Darle la espalda a los problemas no hará que desaparezcan, pero al menos veremos lo que ya hemos recorrido. Contemplar el camino ayuda a coger perspectiva y vislumbrar parte de la solución.
Como en todo, la vida es una sucesión de rachas. Unas positivas y otras negativas, unas con un elevado porcentaje de aciertos y otras plagadas de errores. No dejemos que la tecnología sea parte del problema, no caigamos en la trampa de dejarnos controlar por lo que nos permite hacer. Hay que aprender a decir “hasta aquí.”
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