¿Cuántas veces hemos perdido un bolígrafo en nuestra vida? Es una pregunta difícil de responder que no tiene mayor recorrido que la mera curiosidad. Se trata de algo banal de la vida cotidiana. La cosa no pasa de lo anecdótico salvo que nos ocurra en un momento crucial donde, sí o sí, tenemos que escribir algo importante sobre papel. Sin embargo esa pregunta que nos hacemos a nosotros mismos cuando perdemos uno, se da cada vez menos gracias a la tecnología, y ese tema me parece relevante.
Antes, el bolígrafo era un objeto esencial en nuestra vida diaria, lo usábamos para escribir cosas importantes. Era un compañero inseparable en nuestra época de estudiantes y teníamos una buena cantidad y variedad de ellos por todas partes; en casa, en la escuela, en la mochila, en las cazadoras… era fácil encontrar uno para escribir. Recuerdo haber gastado hasta la última gota de tinta de muchos de ellos, creando apuntes para clase como loco, elaborando notas y haciendo dibujos sin parar, plasmando sobre el papel todo aquello que necesitaba expresar. Su valor iba mucho mas allá de su utilidad, y su perdida también guardaba mucho simbolismo. Sobre todo aquellos con los que habíamos escrito algo crucial que tenía especial valor para nosotros. Eso bolígrafos que no nos habían fallado cuando los necesitamos podían dejar una huella especial.
Ahora perder un bolígrafo es algo bastante mas banal. No los usamos tanto como para cogerles cariño y no nos acompañan en tantos momentos importantes. Nuestra vida ha cambiado, al igual que los medios que nos rodean. Leemos menos en papel y usamos menos tinta para expresarnos porque tenemos otros compañeros de viaje. Cada vez es más común escribir y almacenar información en pantallas y dispositivos electrónicos. Y como no necesitamos tener un bolígrafo a mano, tampoco los perdemos. Es fácil encontrar cuadernos vacíos y agendas a medio usar.
Qué nos queda por escribir y cómo lo vamos a hacer.
Si comparamos la era analógica, donde todo se escribía de nuestro puño y letra. Con la era digital, donde todo pasa por un teclado físico o virtual. Podremos ver que no hemos dejado de expresarnos por estos cambios, sino que ahora lo hacemos más rápido. Todo se ha vuelto mas rápido: escribir, comer, y hasta digerir lo que nos echamos a los ojos. No hemos retrocedido en lo que a crear contenidos se refiere, pero avanzamos demasiado sin mirar atrás. Antes me habría sido imposible enviar 100 cartas cada semana para que la leyeran los suscriptores de esta Newsletter. Ahora puedo hacerlo con un solo click y la tenéis en vuestro buzón en cuestión de segundos. Ganamos eso, pero a cambio no podéis sentir las letras en su máxima expresión, en palabras escritas con gotas de tinta fruto de la suma de esfuerzo y tiempo.
Hay muchas historias que contar y muy buenos medios para difundirlas. Hemos avanzado mucho en ciertos aspectos, pero no podemos olvidar que a cambio hemos sacrificado la forma más tradicional de hacerlo. Quedan menos artesanos del papel y eso no es una buena noticia.
El final del papel esta lejos.
Aunque hoy en día ya no es necesario escribir en papel para la mayoría de tareas de nuestro día a día, seguimos vinculados a esas pequeñas piezas de escritura. Por mucho que la tecnología haya avanzado hasta hacer más fácil y conveniente almacenar información en formato digital, en vez de en libros y textos manuscritos, seguimos usando bolígrafos, ¿por qué?
La respuesta es tan sencilla como primitiva, porque los necesitamos. Siempre hay un momento y un lugar en el que el bolígrafo nos saca de un apuro. Ese en el que no hay batería ni cargador a mano, ese en el que lo básico se vuelve esencial. Quizás por eso el final del papel esta muy lejos aún, y de hecho puede que nunca lleguemos a verlo. No solo porque nos ayuda a crecer y madurar en nuestra etapa educativa. No solo porque es algo que potencia nuestra creatividad y despierta áreas que solo la escritura puede alentar. Sino porque nos permite sacar nuestro lado mas humano, nos hace reflexionar en cada palabra que escribimos y nos obliga a medir las palabras antes de hacerlo, porque no hay vuelta atrás. Lo escrito, escrito está. Borrarlo supone manchar lo que hemos creado, es sinónimo de huella, por más que nos empeñemos en desandar lo andado.
Es posible que en el futuro escribir en papel se convierta en una actividad tan excepcional que se perciba como algo artesanal, hecho cual orfebre que crea una pieza única. Y es que la maravillosa tecnología que nos acompaña, muchas veces no nos deja ver el oscuro bosque digital en el que nos hemos metido.
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